Todos los cuentos empiezan igual. Y todos los cuentos suelen tener un final similar, y una moraleja. Cuando a mi me toca ser la protagonista de uno de ellos, siempre lo comienzo a narrar del mismo modo, aunque el príncipe, el escenario y los malos sean distintos en cada ocasión. Pero últimamente, todos mis cuentos si terminan igual, con un final rápido e inesperado, y el príncipe desaparece en su corcel del mismo modo que apareció: rápido e indoloro.
He pasado de creer en los cuentos de hadas, a la literatura de ficción, porque no me termino de creer que una historia se enlace con otra con el mismo modus operandi. Yo, que me creía la princesa que prometía( que no es lo mismo que la Princesa prometida), jugué con Campesinos, Caballeros, Duques y con Reyes, y al final, todos han resultado salir rana.
Pero una es joven, y aún tiene buen ver, y no me achato por nada. Es más, me satisface pensar en lo desprendidos y estupendos que han sido, que han renunciado a tenerme pese a ser lo más maravilloso del mundo, una mujer encantadora(según ellos)… eso es compartir y lo demás tontería. Paradojas de la vida.
Ya no pienso en nada. Mi corazón pasa por el momento de más revolcones sentimentales, pues poco a poco le estoy creando una coraza, a fuerza de malos ratos, que puede ser perjudicial a la larga.
De momento, y pese a todo, sigo viviendo, sigo pensando en que al menos, me siento satisfecha con mi comportamiento, pues he dado todo lo que podía y en ocasiones más de lo que el guión exigía.
Seguiré pensando en mi final ideal, con mi vestido blanco agarrada de mi hombre, comiendo perdices y siendo felices. Creo que por mucho que lo intente disimular, soy una romántica empedernida, y, para que negarlo, me gusta ser así.