jueves, 16 de abril de 2009

Capítulo 51: El Pingüino

Nada había que hacer ya detrás del mostrador. Tan solo esperar una llamada o un nuevo clliente, pero casi calculaba el momento exacto en el que eso ocurriría. 
Meneando el abanico sin parar y casi entrando en un estado de somnolencia agudo, provocado por el sonido monótono de aquel chisme, antaño seguro una revolución de la tecnología contra el calor, pero hoy, un ventilador obsoleto que intentaba refrigerar el armario de los contadores.
Ya me había leido todos los periódicos, había ordenado todas las facturas amontonadas que esperaban pasar por mis manos para ser archivadas. Ya no quedaba más por hacer.

Sentada, me disponía a pensar como debería actuar si se repetía de nuevo el mismo episodio. Tal vez exagere, pero el impacto fue tan fuerte que me dejó paralizada, como un pingüino entre tanto hielo.
De hecho, no sabía bien si era por volver a trabajar o por aquella situación, el caso es que estaba nerviosa. Notaba como mis manos temblaban y como una sensación casi dolorosa en la boca del estómago se instalaba en mí, algo que empezaba a preocuparme.

No me explico cómo, di lugar a aquella sitación. Tal vez un exceso de simpatía, tal vez un exceso de amabilidad, confundida, hizo que la historia fuese así:

Quizás, un poco más temprano de lo normal, él entró a devolver el periódico, algo así como se hacía antes con las botellas de la leche, una costumbre rara, pero permitida por el director. Se sorprendió mucho de volverme a ver trás el mostrador, y por no hacerle un feo, le correspondí el entusiasmo con una leve sonrisa. En absoluto iba a imaginar la osadía de él de entrar en recepción para plantarme un montón de pegajosos besos nada agradables. 
Mediante unos cuantos empujoncitos, conseguí separarlo de mi, comprendió mi expresión corporal y salió de la zona dirigiéndose a la puerta de la cafetería para cerrarla.
Ahí creo que fue el momento exacto en el que mi sangre dejó de circular. Le expliqué que sí, que iba a seguir trabajando allí unos cuantos días más, pero no con demasiadas ganas.
De repente, se volvió a abalanzar sobre mí repitiendo su bochornosa actuación, pero esta vez, comenzó a decirme de forma entrecortada que qué bien olía. Reaccioné de nuevo con un achuchón mucho más fuerte que el anterior hasta conseguir separarlo.

Casi como en una película, montones de ideas bombardeaban mi mente. Era la primer vez que había provocado esa situación y no me gustaba nada. En absoluto; me sentía tan estúpida por permitirlo, que fue entonces con el último empujón cuando volví a tener los pies sobre la tierra. De nuevo, se dió cuenta de mi rechazo y desapareció repitiéndome que qué bien olía.

Acto seguido, comencé a temblar con una sonrisa incrédula, pensando que cómo era posible que ya ni de un viejo anciano me pudiera fiar.  Confundí su amablidad y cortesía con su desesperación sexual.

Pero ya no se iba a volver a repetir aquella historia. Cada vez que lo viera, desaparecería de recepción; cerca de Fernando no se atrevería a acercarse a mí.




*P.D: es un relato, no es real 100%