jueves, 10 de diciembre de 2009

Capítulo 95: Sobre cómo vine al mundo

Hacía frío. No lo se con seguridad, pero el día de mi cumpleaños siempre ha hecho frío. Así que el 22 de noviembre del 85, probablemente con una media de 14 grados, y el cielo soleado, decidí plantarme en el mundo. No me tocaba, al menos, según las cuentas de mi madre, aunque estaba prevista para esos días, aquella mañana fue al hospital por una simple revisión rutinaria. Después de cuatro hijos anteriores, lo mío era pan comido.
Pero decidí aparecer, como siempre, discreta, intentando no molestar, tanto fue así, que el parto se produjo la noche de antes sin avisar, así que cuando miraron aquello, mi mami tuvo que ir directa a altos riesgos. Y me presenté. Lo primero que hice fue arte. Sí, sí, lloré. Al fin y al cabo, es también una forma de expresión, no?pues eso, arte.
No muy sana del todo, pasé unos días metida en lo que sería lo equivalente para un pollo en la sección de refrigerados, es decir, en una incubadora, pero recibiendo calor para volverme rosita en vez de amarilla, culpa del líquido que tragué (no rompí aguas, me las bebí).
Era pelona, con los ojos rajados y la nariz pequeñita, chata, es decir, era muy fea cuando nací (mi madre dice que no...pero ya se sabe)
Así que, a las seis de la tarde de aquel día, marqué el comienzo de una larga etapa de la vida. Mi Vida.
No creo en las videncias ni en el tarot ni nada de eso, pero ese día, y por la rotativa de los años astrales y los horóscopos, resulta que me tocó ser mitad escorpiona, mitad sagitario. De ahí, lo rara que puedo ser a veces.

Aprendí a andar al año y medio más o menos. Justo cuando mis padres hicieron la reforma en casa y me fui a vivir con mi abuela al pueblo, donde la vecina, presumía de mí por lo buena que era, y porque cuando me decía: "como está la plaza???" yo hacía el gesto con la mano de "abarrotada".
Dije papá también de pronto, y sin que nadie se lo esperara. Pero no aprendí a hablar hasta pasados los cuatro años. Confundía las consonantes sordas con las sonoras y fricativas, cuando tenía que decir Jaén, decía Kaén, Jirafa por Kilapa...Hasta el punto, que la maestra, Doña Mari Carmen, le dijo a mi madre que me enseñaba a hablar o ella no hacía nada conmigo.
Era muy sensible de pequeña, ahora también pero lo disimulo más. Pero el hecho de ser la "primera" después de siete años de mi cuarto hermano, influía bastante.
Recuerdo como mi hermanito vino al mundo tres años después que yo, y que me preguntaron que si me gustaba, y con voz compungida y por compromiso, dije que sí (pero en realidad, me costó trabajo quererlo, porque me quitaron el chupete para que no tuviera problemas por su culpa, me tiraba del pelo y me mordía cada vez que me acercaba). Pero lo que aún no entiendo es porqué no le quisieron poner el nombre que yo dije: Pacocobo. Su razón, fue que ya había un hermano que se llamaba Paco..
Recuerdo los berrinches que me hacían pasar mis hermanos, y mis arranques sentimentales en el pasillo llorando, cuya frase por excelencia era: nadie me quiere, todos me pegáis. Hasta que mi madre venía a por mi, y me acurrucaba, y se me pasaba todo.
Recuerdo que desde siempre he odiado la cebolla, el ajo y el pimiento. Que era capaz de comerme un plato entero de jamón y que me encantaba el sabor del vinagre y de los limones.
También tengo grabada en la retina la imagen del día que mi primo me contó que los Reyes Magos eran los padres, como se me cayeron los dientes y el día que conocí a Marisa. El primer día del cole, y las veces que mi tía me recogía y me llevaba chuches, o fresas. El Micho, los zapatos morados de la seño de 1º y cuando mi vecino Simón me llamaba comer comer almejas al vapor.

Mis inviernos eran en casa, haciendo los deberes de Doña Inmaculada (buscar seis palabras en el diccionario, hacer seis frases y copiar un trozo de texto del libro) y mis veranos eran en Rus, tres meses a cargo de mi abuela Antonia, posiblemente una de las grandes influencias en mi infancia.

Era una niña muy tímida , callada y con mucha imaginación, la cual plasmaba siempre dibujando, o construyendo cosas. Obediente, me daba vergüenza que me tuvieran que regañar.Se me daba genial el colegio, y una de mis grandes aficiones, la lectura, me vino cuando veía a papá devorar libros. La otra, la costura, me vino al ver la habilidad de mamá haciéndonos trajes únicos.

Iba creciendo en un entorno maduro, pues la diferencia de edad con mis hermanos, me hacía aprender cosas por encima de lo que me correspondía. Pero sobre todo, vivir con cinco fieras más te hacía apreciar y aprender a conservar y compartir las cosas que con mil esfuerzos, mis padres nos iban consiguiendo.