viernes, 13 de agosto de 2010

XVIII: Soñé

Soñé que me buscabas, soñé que sonreías de nerviosismo.
Aparecías sin previo aviso. Todo era muy bonito, aquel sitio, aquella decoración, con mucha clase. Había hasta un trono... guardaba aún el encanto del medievo.
Soñé que estabas escondido tras un pilar, aguardando. Y que yo entraba sin sospechar, con la sonrisa quieta, con el alma apagada.
Soñé que la gente te vio, te llamaba la atención, te hablaba. Y que yo, despistada de mí, sin rumbo alguno, sólo noté latir mi corazón más fuerte.
Pero te vi. Y no sabía que hacer, pues, tantas veces había pasado lo mismo, que supuse que sólo un saludo se cruzaría entre nosotros.
Y callé, y seguí caminando hasta mi sitio.
La enorme mesa que nos separaba, empezó a encoger, cuando tu semblante se volvió serio.
De pronto, algo empezó a arder, el soplo de una vela cayó sobre un mantel. Todos comenzaron a salir despavoridos de ese lugar.
Perpleja, parada, sin saber que hacer. Pero todo daba igual. Tus manos sujetaban las mías, fuertemente, tus brazos me rodeaban. Y de nuevo sentí tu olor. Tus latidos que golpeaban mi pecho.
Eras tu, estabas aquí, conmigo, tu fuerza era para mí. Y salimos de aquel sitio.
Y desperté.
Y no eran tus manos.
Ni había nadie conmigo.
Y no estabas.
Y no estás.
Y ya nunca vienes.
Ni nunca me sonries.
Pero yo sigo ardiendo por dentro.
Pero yo sigo soñando.