martes, 22 de junio de 2010

XIV: Tesoros

A veces, cuando nos han regalado algo que no esperábamos, sentimos tanta ilusión por ello, que nos asusta romperlo, nos da miedo que un día caiga al suelo y se parta, o que venga alguien con malas intenciones y nos lo quite.
Y lo que hacemos es esconderlo, lo guardamos, para protegerlo. Lo dejamos en el fondo del armario, allí donde están las sábanas de la cuna, y otros objetos que miramos de vez en cuando para recordar que fuimos inocentes y que necesitábamos que nos cuidaran.

Y entonces, eso tan bonito, eso que tanto nos gusta, se queda obsoleto, atrasado, hasta empieza a oler a viejo. Y para olvidarlo, lo vamos sustituyendo por baratijas que nos quitan las ganas de disfrutar de algo realmente bueno.

Pasa también, que de vez en cuando , hacemos limpieza, y sacamos todo eso del armario, sobre todo, con cambio de temporadas. Y nos lo encontramos. Eso que nos ilusionó tanto en su día, sigue intacto, pero ahora tiene otro color. Ya no sirve para lo que queríamos, pero aún así, nos encanta. Y probamos volver a utilizarlo, pero, pronto descubrimos que está pasado de moda, y aunque bonito, sí, necesitaremos estar al final de nuestras vidas, para darle todo el valor que en su día tuvo.

viernes, 4 de junio de 2010

XIII: Crash!

Sintió un crujido seco, un golpe que sonó a un boom, y de pronto, todo paró, todo se acabó. No supo distinguir si era el fin del mundo, si lo habían atropellado o si le habían pegado un tiro. Ahora que lo pensaba, la gente a su alrededor seguía paseando, y hablando tan normal. Y se tocaba toda la parte visceral y no sentía salir ni una gota de sangre.
¿Qué había sido ese ruido? Lo único que notó fue que su corazón hizo crash y empezó a palpitar más rápido.
Y como en un película rebobinada, comenzó a recuperar las imágenes que dos minutos antes había vivido.
Se había bajado de la moto, y en un intento de colocarse los pantalones correctamente, volcó su mochila del depósito. Ésta, cayó al suelo y su tarjetero salió disparado, se abrió y se esparcieron por la calle decenas de réplicas con su nombre.
Se agachó para empezar la ardua tarea de recogerlas y fue cuando una voz cálida y con acento del sur le llamó la atención para entregarle otro montón más.
Sus miradas se cruzaron. Ahora recordaba esos ojos. No eran negros, ni azules; pero tampoco eran castaños ni verdes. Tenían el mismo color que su cabello, el cual, ondulado, caía por los hombros tapando ligeramente su escote.
Lo mejor fue su dentadura: destacaban sus dientes correctamente colocados y le hacían tener una de las sonrisas más bonitas que nunca había visto.
Le dio las tarjetas, un hasta luego y se giró para emprender de nuevo su camino.
Entendió entonces de dónde venía ese crash. Y ahora, ¿que tendría que hacer?