martes, 31 de agosto de 2010

XX: El paseo de los amantes

Bajo el manto de la Orden de Calatrava, situado en el corazón de Ciudad Real, y tras el nombre de Almagro, se halla esta villa, empedrada, de calles sinuosas, y enormes casas blancas teñidas de azul en puertas y zócalos, como si aún de un pueblo árabe se tratara. Contrasta esta imagen con sus palacios e iglesias rojas, o almagras, de ahí su nombre.
La primera vez que pisé esta tierra, me envolvió cálidamente, pese a hacer un día lluvioso y frío.
Había dispuesto a ir ahí por las historias que había escuchado, por la escenografía aún montada, de lo que un día tuvo que ser un corral lleno de vida.

Pero el guión de la visita no anunciaba nada alegre, ni siquiera buenas noticias. Yo ya sabía cual sería el final. Un cambio radical a mi vida.
Aún así, cinco años de relación merecían un último suspiro. Contaba las piedras del suelo mientras caminaba, y miraba las nubes del cielo sentada en uno de sus bancos. Me ilusionaron las ovejitas de algodón que había en cada uno de los comercios, así como la cestería y los encajes. Y mientras degusté unas migas, tan pesadas y ricas como siempre, caí en la cuenta de que no me podía engañar, ni mucho menos, seguir engañando al pobre infeliz, que en aras de mantenerme a su lado, lo intentó todo los últimos días.

Paseábamos por la Iglesia de San Francisco, por la calle de la Feria, por el Corral de Comedias, hasta llegar casi a las afueras, rodeando con cada paso cada uno de los días que habían marcado esos años juntos, y que recordábamos, o más bien recordaba para intentar motivar de nuevo mi amor.
Pero ya había partido. Ya no quedaba nada, y empecé a dudar si alguna vez lo hubo, pues, aunque las comparaciones son odiosas, nunca sentí nada tan intenso como años después.

Nos recogimos en el hotel, posada tranquila y de gran belleza que invitaba más bien a todo lo contrario de lo que era mi intención. Realmente, encontré en este sitio mi descanso y mi paz interna, pese a sentir el murmullo de una voz muda que me suplicaba un último abrazo. La decisión ya estaba tomada. Las conveniencias eran claras, así, que, me dejé llevar, por el sueño, por los sueños, por los años, y por el cariño que entonces sentía.
Fue la última vez que me sentí amante. Fue la última vez que paseábamos.

Ahora, después de varios años, cada cierto tiempo vuelvo a pisar sus calles que me invaden de recuerdos. Creo que uno de mis sitios favoritos de España, y no por ese cúmulo de imágenes que evocan mi pasado, sino, porque ahí fue donde tomé una de las decisiones más importantes de mi vida. Mi transición a mi propio mundo, que comencé a crear bajo mi responsabilidad.
Espero, poder volver a pasear alguna vez más, con el que sea mi auténtico amante, y escribir junto a él uno de los teatros de amor para representar en este estupendo escenario: Almagro.