sábado, 10 de abril de 2010

IX: Mensajes

El local estaba hasta arriba de gente. Viernes, 6 de la tarde, las esperanzas, las alegrías, las ganas de descansar y las desconexiones revoloteaban sobre las cabezas de todos, que con una copa brindaban por el fin de semana que les esperaban.
El humo de los cigarrillos de aquel sitio dónde aún se permitía fumar, envolvía las palabras, las bromas y las risas de la gente. De todos, menos de ellos dos.
Desde hacía bastante tiempo no se habían visto. Mejor dicho, no habían estado juntos. Pero sus miradas lo decían todo. Meses, días, horas y minutos de por medio, otras personas, otros destinos, otras reuniones y jornadas separados, lágrimas y recuerdos cayendo por su propio peso, y regresando con cada imagen mental.

Sus ojos se encontraron en aquel cúmulo de vida ajena, su historia se volvió a unir en la memoria, y una leve sonrisa fue esbozada en su cara. Ella sin embargo, permaneció seria, casi disgustada. Sus ojos gritaban que qué hacía allí ahora, donde ya no era bien recibido. Los de él, suplicaban clemencia, y un "déjame acercarme a ti" por última vez.

Sentir como se araña un corazón con las uñas del amor que pasó, pero que sigue marcando tan intensamente. De la misma forma que saneas una manzana después de mondar y quitarle ese golpe más oscuro que ha sufrido durante el transporte, ya sabes a lo que me refiero. Eso mismo sentía en su alma, como la rebañaba en décimas de segundo.

Pero la sonrisa de sus labios volvío a calar en ella. Era algo que no podía resistir, por mucho que lo odiara. Nadie conocía su historia, por lo que nadie intervino en ese diálogo visual.
Agachó la mirada, cogió su chaqueta, y giró. Salió del local, despidiéndose de la gente con un "buen finde". Y en la puerta, un mensaje: Te adoro, no me dejes morir.