Bobi fue un regalo de papá. Recuerdo el momento como si de ayer se tratara. La imagen nítida de ir con él por el parque de la Victoria de la mano derecha, mientras mi hermanito seguía nuestro paso torpemente cogido de su mano izquierda. Y a la entrada de dicho lugar, ver un puestecito de peluches de un chico marroquí. Recuerdo la cantidad de "bobis" puestos en fila, justo al lado de los tigrecitos de rayas fucsias y blancas.
No se por qué, pero yo lo cogí a él. Imagino que por ser rosa y pequeñito y no tener pelo. Nunca me han gustado los peluches, y hoy por hoy, menos aún. Pero era un regalo de papá, y se convirtió en el nexo más cercano cuando estaba lejos de él.
Abrazarlo, dejarlo entre mi cuello y mi hombro mientras dormía, besarlo o contarle lo que me preocupaba era como hacerlo con papá.
Y poco a poco, Bobi me fue acompañando en todos mis viajes. Era mi amuleto, y si alguien lo tocaba, me ofendía. Bobi es Maite, así lo ven en mi casa.
Ya no viaja conmigo, ahora me espera siempre en la cama, porque tengo miedo de que se rompa algún día. Ya no tiene pequitas, solo dos cerca de la nariz, que le hace parecer un koala, y aunque tenga 18 años, perrunos tiene...más...se mantiene joven. Y me mantiene joven,me hace volver a sentirme pequeña y en mis momentos más tiernos, me hace recordar aquel día que papá nos llevó al parque, donde el sol nos calentaba a los tres, donde mis pies se llenaban de arena y mi sonrisa se fundía en el aire con cada achuchón en el columpio.
Me hace sentir tranquila, pero sobre todo, me recuerda lo feliz que he sido bajo la protección de papá.