¿Sabéis lo que se siente al poder comer un buen atún fresco, una presa ibérica o unos huevos sin marcas en el cascarón?
Cuando vivía en Madrid, o bien por tiempo, o por cercanía, hacía la compra como cualquiera, cada 15 días, en grandes superficies y todo plastificado.
Comer suponía sobrevivir, y no disfrutar, pues sólo cocinaba para mi.
Pero el día que me vine a Huelva, a vivir delante del mercado, cambió todo. He de reconocer que al principio me daba algo parecido a la vergüenza, pues no sabía dónde comprar, a quién y por qué, ni cuanto era la equivalencia de 4 naranjas en kilos.
Pero, o bien por simpatía, o porque el producto estuviera buenísimo, poco a poco he ido acomodándome a mis fruteros, a mi carnicera, mi panadera, la que me vende las coquinas y el que me envuelve el pescado.
Y he de decir, que comienzo a sentirme a gusto, que charlo con ellos y me dejo aconsejar (culinariamente) sin rechistar.
Además, como en todo mercado, hay dos personas que achuchan los puestos, que hacen reír a las paisanas, y que, sin ánimo de ofender, son los mariquitas del mercado, y lo saben.
Y los admiro, en el sentido de que no tienen vergüenza de decir lo que pensamos todos, pero no decimos; y de que hagan sonreír a tanta gente con su forma de ser, sus "pintas", sus bolsos de flores y anillos en las manos.
Bajar al mercado es toda una experiencia, ayudas a familias normales con su día a día, conoces a la gente y desde luego, tu salud mejora. Aunque os cuente esto comiendome unas patatillas fritas del puesto de los churros...ejem...