miércoles, 17 de agosto de 2011

XXXIX: El fin de Europa

Todos los días hacemos cosas rutinarias, sin darnos cuenta. Todos los días vemos, tocamos, saboreamos, olemos, oímos cosas o personas que no valoramos hasta que no podemos hacerlo de nuevo. Por ejemplo, respirar. El día que no puedes porque tu nariz está congestionada, te acuerdas de lo importante que es para ti. O por ejemplo, saborear un café dulce. Cuando un día te falta azúcar, la empiezas a valorar. O por ejemplo, querer a una persona. Cuando te deja, te abandona, desaparece de tu vida, la empiezas a echar en falta, comienzas a darle un valor.

Pero también hay situaciones que obtienen mucho más valor, sin que te des cuenta. Por ejemplo una puesta de sol.
Desde que tengo uso de razón, el Sol, el astro rey, se pone todos los días.Y luego se ve la luna. Pero yo no puedo contemplarlo todos los días. No tengo mi oeste cerca, o no tengo tiempo, o no me acuerdo. Por eso, el día que el sol se puso en el fin de Europa, con el mar a mis pies, y el aire enfriando mi cara, comenzó a tener valor. Aunque, cierto es, que comenzó a tener valor cuando a mi lado había alguien que me valoraba por ser yo misma, y que me enseñó a contemplar un atardecer único. El nuestro. Aunque estuviéramos rodeados de gente, de parejas, de montones de amigos que hacían lo mismo que nosotros, era nuestro atardecer.

O por ejemplo, valorar el amor. Porque aún hay gente que se permite no amar, no solo como pareja, sino a su prójimo. Y finge no estar vacío. Pero en realidad lo está. Y en realidad lo añora, aunque no sepa bien que significado tiene esa palabra. Y busca destruirlo donde lo ve, y malmete, y critica, y engaña y traiciona.

Valorar lo que se tiene es tan importante como valorar lo que no se tiene. Y sopesándolo seremos capaces de ser felices, porque realmente te das cuenta de qué es lo que necesitas o no en tu vida.

Yo necesitaba atardeceres marinos, necesitaba unos buenos días a la cara, necesitaba reír porque sí, necesitaba volver a creer en el enamoramiento, y cuando me dí cuenta de que todo eso no lo tenía, y me empeñaba en querer cambiar lo que no era posible, lo encontré. Y soy feliz, y se que hago feliz a quién me da ese amor, y ya no necesito nada más. Sin amor, nada soy.