miércoles, 9 de noviembre de 2011

XLIII: La evocación del pollo

¿Que os puede evocar un pollo? un pollo muerto, me refiero. Un animal inerte, sin cabeza, ni vísceras, ni plumas ni personalidad. Un trozo de carne que en breve será transformado para pasar por tu boca y alimentarte.
El pollo. Ese animal, estúpido donde los haya, como otros muchos, que sólo pica y revolotea, que se asusta. Que no sabe volar, pero tampoco es rápido corriendo. Que no soporta el agua, y que estéticamente es poco agraciado.

Hoy estuve con uno, con un pollo. No lo entrevisté ni nada de eso, ni hicimos un cara a cara. El estaba muerto. frente a mi. Rígido y fresco. Iba a formar parte de la paella que estaba haciendo, y por tanto tenía que arreglarlo.

Ese pobre e insípido animalillo, sin pensarlo, ni él ni yo, de pronto me empezó a evocar una situación de hace tiempo.

Mi pueblo, la casa de mi abuela, el verano, la mesa de camilla, la tabla de cortar y la faca negra. Mi abuela. Su delantal hecho a mano, con telas sesenteras. El calor, el ventilador de techo, y el portal, un recibidor con vistas al patio y a la calle donde prácticamente hacíamos la vida en la casa.
Y el pollo en la mesa. Y unas futuras croquetas o albóndigas pendientes de hacer. Y mis primos y yo alrededor de ella. Esa imagen profundamente grabada: un corte bajo un ala, otro corte entre pechuga y muslo, un golpe en el contramuslo para partirlo, un tirón del cuello para eliminar la cabeza... Os puedo asegurar que pese a lo tétrico o sangriento que pudiera parecer, aquel acto era un espectáculo en sí. Por la rapidez, por la acción , por estar todos a la vera de mi abuela. Por los futuros alimentos en los que se iba a transformar, y el placer que a tantos nos provocaban.
Por el hecho de estar de vacaciones, y por el hecho de ser pequeños. Esa imagen retenida con dulzura en mi memoria, me ha ayudado a hacerlo yo hoy.

Yo estaba sola, ningún niño, ningún patio delante, pero si las mismas ganas de hacer disfrutar a quienes me iban a acompañar en esa comida.
Porque hacer de un acto necesario para vivir (comer), un acto de placer (compartir), es desde luego un pequeño logro, que te anima a continuarlo y que te recompensa intensamente.