martes, 25 de octubre de 2011

XLII: Maldivas

Anoche soñé que iba volando. Volaba muy lejos, apoyada en su hombro, acurrucada a su lado. Soñé que me despertó cuando llegábamos a tierra, para que viera el paisaje, el mar, y sobre todo una pequeña isla con una pequeña pista de aterrizaje.

En el sueño, bajábamos de un avión enorme, nos metían en una sala con aire acondicionado y nos daban unas toallitas para refrescarnos. Nos ofrecían bebidas, pero los dos no nos separábamos ni para beber.

Nos montaban en un hidroavión y sobrevolábamos un mar oscuro, con pequeñas lágrimas turquesas que formaban círculos grandes. Creo que los llamaban atolones.

De pronto, recuerdo que en el sueño, un grupo de gente nos daba la bienvenida en una especie de hotel paradisíaco, gente vestidas de color pastel y con pareo hasta los pies. Recuerdo también que el calor se introducía poco a poco en mi piel, y los vaqueros que llevaba puestos, me sobraban.

En el sueño, había una enorme habitación dentro de una cabaña situada sobre el agua, con un baño con vistas al mar, e incluso con un jacuzzi . El centro de la habitación era una cama llena de pétalos de flores, y un corazón inmenso. También tenía un dosel que la envolvía y la hacía muy dulce.

Pero lo que mejor recuerdo es que me asomaba a una terraza, que parecía estar en medio de la nada, rodeada de agua tan transparente que pareciera una piscina. Tranquila, calmada, ese olor exquisito a mar me inundaba y me provocaba seguir con los ojos cerrados.

En ese sueño, descubrí que había una estrella roja, que se reflejaba en el mar. Realmente me la descubría él, mientras me abrazaba. También vimos salir la luna de noche, como si de un amanecer se tratara, mientras los dos esperábamos inquietos tumbados en una playa de arena tan suave que era un placer andar descalzo por encima. La luna, una gran bola roja, parecía desperezarse en el horizonte, mientras que los murciélagos cantaban tan agudamente que daban miedo.

Las imágenes se me repiten una y otra vez: los dos riendo, los dos bañándonos en esas aguas templadas, los dos tomando el sol, los dos bailando una canción de Frank Sinatra, los dos cenando a la luz de una vela y con el agua bajo nuestros pies, los dos amándonos con el bello paisaje de fondo....Y yo sintiéndome tan feliz, que no quería despertar, cerraba muy bien los ojos para que siguiera siendo así, un amanecer tras otro.

Pero el sueño se desvanecía poco a poco, y notaba como mi cuerpo volvía a recobrar su actividad, y mis ojos permitían entrar la luz tenue, que no supe de donde era hasta que oí unos pasos y el sonido de una puerta. Entonces, recuperé la razón y me dí cuenta que estaba en mi cama. Había despertado de un sueño tan hermoso que me sentía muy feliz. Me giré en la cama, lo atraje a mi cuerpo, lo besé. "Te quiero", dijimos al unísono. Nos miramos, y entonces fuimos conscientes de que el jetlag del viaje a Maldivas, nos había hecho caer profundamente dormidos.

Realmente vivimos un sueño de viaje, un viaje de ensueño. Y aunque las aguas turquesas se quedaron a miles de kilómetros de distancia, el amor, la felicidad y el recuerdo, perduraran para siempre.