Hay una frase que dice, que tenemos dos oidos y una boca para escuchar el doble de lo que hablamos. Me la enseñó un sabio de Puertollano.
A veces sobran las palabras, sobre todo cuando son sin fundamento.
A veces, hablamos, o escupimos frases sin sentido por hacernos notar, por resaltar, por marcar territorio. Sandeces sin sentido para ocultar nuestra triste realidad. O nuestra alegre realidad. Pero no nuestro presente.
Sin embargo, nos paramos poco a escuchar. No nos gusta; no nos gusta nada soportar lo que le acontece al que necesita una palabra de apoyo, una opinión, un consejo. Pero cuando pasan las cosas, nos extrañamos, y volvemos a hablar y a decir que cómo desconocíamos lo que ocurría.
¿Alguna vez te has parado a escuchar tu corazón?
Reconozco que uno de mis vicios, de los pocos o ninguno que tengo, es escuchar el corazón de la persona que quiero, o que me importa. Los latidos, el bombeo de la sangre que le da vida, que le hace respirar. Su aceleración, su relajación. Me hace sentir en calma, tranquila, y creo firmemente que empezando por la parte más intima o interior de esa persona, se puede empezar a entender las distintas capas que cubren su ser.
Claro está, que no te puedes ir pegando al pecho de cualquiera, así como así. Pero, hay mil formas de escuchar, y de escucharnos. Sólo se necesitan dos cosas básicas, querer, y estar abiertos a recibir los mensajes que nos envían los cinco sentidos de quien tenemos delante.
El único riesgo que corres así, es que nunca quieras dejar de escucharlo.