¿Sabes, esos días que te despiertas, y no dejas de hablar internamente contigo mism@? ¿Cuando tienes una sensación de que algo va a pasar, y estás alerta de todo lo que te rodea?
Creo que se llama premonición. Cuando te adelantas a los hechos. Y la confirmación de una premonición te puede venir en el momento más absurdo. Como estar planchando, y de repente abrirse tu mente, y decir, de acuerdo, se acabó. No tengo ganas de que me sigas tomando el pelo. De que te sigas riendo de mi. De perder mi tiempo, y hacérselo perder a los que me quieren.
Porque de pronto, todas la voces que alguna vez han aconsejado, y que por un oído me entraban y por el otro me salían, se han unido cual coral flamenca, con panderetas y castañuelas incluidas, y con un chasquido, han conseguido transmitirme esa necesidad que tenía, de mi propia alma decir, ahora sí.
Porque mientras siga detrás tuya, no podré ser feliz, ni hacer feliz a nadie. Porque no te das cuenta de lo que tenías, y como con muchas cosas, en el momento en el que las pierdes, lloras.
Pero ahora amigo, ya no necesitas inventar más escusas. Porque no te voy a pedir nada más. Porque si actuaras como dices que sientes, las cosas serían distintas para los dos. El movimiento se demuestra andando.
Y sí, me acabo de liberar. Mañana emprendo un viaje. Uno de esos que a mi me gustan, donde dejo caer mis malos pensamientos al mar, y se funden con la estela que va dejando el barco. Donde los atardeceres se viven intensamente, y el cariño de los amigos resurge con más ímpetu. Donde los recuerdos aparecen como fotografías anaranjadas, de esas que guardábamos en una bolsa de kodak de las primeras que eran de plástico. Donde te das cuenta de que las ayudas no se pagan, no se cobran, si no, dejan de ser ayudas para ser un simple producto que se vende. Salen del corazón y no tienen ningún doble sentido.
Donde finalmente te das cuenta, de que aquello que no te aporta nada, te hace tropezar, y es mejor apartarlo.