Un año ha pasado ya desde que cumpliera los veinticuatro. Y parece que fue ayer. Bueno, que no, que ayer fueron veinticinco... ¡Ay! si es que me cuesta trabajo asumirlo. A mi edad, mi madre ya tenía dos hijos. A mi edad, Nadal tiene más dinero del que conseguiré yo nunca. Pero bueno, mejor cumplirlos a no contarlo.
Realmente no me preocupa los años que cumpla. Me preocupa estancarme y no seguir evolucionando. Me preocupa no saber que va a pasar dentro de un par de años más. Y me preocupa que los de mi alrededor también se van haciendo mayores.
Llevaba mucho tiempo sin escribir, realmente, no he tenido tiempo material.
La última vez que lo hice, visitaba Ciudad Real, y entre ese día y hoy, he estado en Punta Cana, en Egipto, en Israel, Chipre, Turquía, Grecia, y en Galicia.
Al primer destino, me fui a descansar y tomar el Sol, y me encontré con mi SOL, causante pues de que visitará el resto de países y Galicia tan solo un mes después. Y tan sólo unos días después que toda mi vida decidiera cambiar, que me volviera ambiciosa, y que quiera conseguir algo que me afecta tanto a lo laboral como a lo personal.
Decidí que quería seguir adelante con todo, con él. Y pese a que quedan migas en el camino, no me agacharé a recogerlas, pues no tendré que regresar a aquel punto de origen, que tanto marcó una etapa. La segunda etapa de mi tercer año en Madrid, suceso que también ha ocurrido en este tiempo sin escritura.
El caso que ahora que analizo esos tres años, me doy cuenta de que he tenido tres etapas: la etapa del descubrimiento o la musical, la etapa del quiero y no puedo, o la del Rubio, y por último, la etapa de viajes o la de que vivan mis amigas.
Ahora comienzo mi nueva etapa, aún no puedo bautizarla, pues es muy nueva. Comienza con mis veinticinco castañas, comienza con mucho ánimo por conseguir algo mejor, comienza luchando y dándolo todo. Como siempre. Como nunca.