Se acabó el fin de semana, por desgracia. Y si leísteis el post previo, hoy toca que os cuente que pasó finalmente estos días anteriores.
Pues bien, os detallo a continuación. Ahí va la chicha.
El viernes, siguiendo el planning, aparecí en Córdoba a la hora que el tren me dejó, que si no llega a ser porque miro bien, me monto en otro distinto, y a saber que hubiera pasado. Pero allí estaba mi Hombre esperándome. Sus primeras palabras, "que nervios". Las segundas..."ofú, ¡que soy muy vergonzoso!" (mentira....). Por el camino intenté tranquilizarlo, contarle historietas y demás para que se relajara, pero no lo conseguí demasiado.
Llegamos a Jaén a eso de las 11, y salió mi madre a recibirnos. Y entonces, pareció que la vergüenza le desapareció por completo, la dejó en el maletero del coche. Y saludó como si conociera de toda la vida a mis padres. Y yo, sorprendida.
Lo gracioso de esa noche fue que mi padre preguntó que dónde dormía. Y le dije que teníamos el hotel reservado: "que se quede aquí ha dormir, mujer, que no pasa nada". "No, papá, no te preocupes, que ya está reservado".
Angelico, creo que hasta no vio que yo no aparecí para dormir, no se enteró.
Esa noche, y debido a que era muy tarde, terminamos poniéndonos gochos en el McRata. Llegamos al hotel cansados, pero ya estaba bastante más relajado.
¡Y luego me dio más regalitos!¡Ya van...10!
Al día siguiente, habíamos quedado con el resto de la familia sobre las 2 de la tarde, pero antes, teníamos que pasarnos por el centro comercial para que buscara su perfume...y un cinturón. Íbamos bien de tiempo, hasta que nos dimos cuenta en el parking, de que la chica nos había vendido otro perfume distinto al que nos había enseñado. Así que otra vez a buscarlo, cambiarlo y demás. Pero finalmente, llegamos a tiempo, y él, hecho un pincel, como siempre.
Las primeras presentaciones, en la calle, y mientras nos organizábamos, llegaban, nos sentábamos y todo eso, parecía que estaba mi familia más nerviosa que él. Nos sentamos junto con mis cuñados, y mi hermano, para que pasara la prueba de fuego: gustos. Y ellos, se reían y le "restaban" puntos, por no gustarle la cerveza, ni el fútbol, por tomar tinto con naranja y quitarle el empanado a los flamenquines grasientos. "Demasiado sano" decían. Pero sin duda, se integró bastante bien.
Por la noche, estuvimos con mis amigos, en el Bundes, como de costumbre; se lo pasó bien, me ha dicho. Me lo pasé muy bien. Por verlo a él a gusto, por estar con Pin y Pon y con Jose, y algún otro amigo por ahí.
El domingo fuimos a despedirnos de mi hermana y de las niñas, y luego a comer a casa de mis padres. Todo perfecto. Conversación fluida, chistes, y halagos culinarios.
Y es que parecía que había estado más veces ahí.
Desde que nos conocemos, siempre hemos tenido ambos la sensación de que nos conocimos hace mucho mucho tiempo, y simplemente habíamos dejado que las cosas pasaran por separado, para conocer cada uno distintos aspectos de la vida, y una vez cansados de ello, volvernos a ver.
Me gusta pensar que decidimos a la vez acercarnos, enamorarnos y volvernos a juntar. Realmente, es lo que yo siempre he querido. Y si no me equivoco, yo soy lo que él siempre ha querido. Así que puedo decir que la "prueba de fuego" ha sido superada con éxito.
lunes, 21 de noviembre de 2011
lunes, 14 de noviembre de 2011
XLIV: Los padres de ella
Llega el momento, caen las murallas, va a comenzar la única justa de las batallas.... Ejem... ¡Ay! me lío, me lío.
Sí, llega el momento, único e irrepetible. Este fin de semana va a ocurrir algo muy importante para la sociedad española. Y no me refiero a las elecciones. Me refiero a un acto, socialmente importante. Le voy a presentar a mis padre mi novio.
Yo ya pasé por ese trance hace un mes y pico. Coincidiendo con su cumpleaños, decidimos comportarnos de acorde con la edad que tenemos, y nos presentamos en su casa, con todos sus hermanos, cuñados, cuñadas, padres, sobrinos y hasta el perro.
Y ahora le toca a él. El pobre mío está nervioso. He de decir, que mi familia, al igual que la suya, es enorme. Entre unos y otros, nos juntaremos 25.
Pero claro, diréis... si, venga vale, por ese trance pasamos todos...En mi caso, ni en mi casa, no es lo común. Para mi dar este paso es tan importante como publicar una página en un periódico diciendo que lo quiero. O colgar de un puente un tremendo cartel diciendo que quiero estar toda mi vida con él. O contratar una avioneta y que ondee una bandera con su nombre corazón el mio y un forever.
Pero con el agravante de que quieras o no, la primera impresión es la que cuenta. ¿La ventaja? es que la primera impresión me la llevé yo. Y a mi me encantó. Así que lo que opinen los demás, realmente me importa muy poco. Porque si doy, damos este paso, es que estamos muy seguros los dos. Y eso es lo mejor de todo: que ha sido una decisión única y conforme.
Ese acto durará un día y poco más. Luego por la noche, tocará algo similar pero más leve, y en otro ambiente. Con mis amigos. Ellos son más incondicionales, distendidos y pasotas. Además, será un orgullo para mí que me acompañen en la celebración de mis 26, y que quieran conocerlo. Lo que pase después, lo hará la noche por sí sola.
Lo importante de todo, es que es un pequeño gran paso por un sendero que comenzamos a caminar los dos a la vez.
miércoles, 9 de noviembre de 2011
XLIII: La evocación del pollo
¿Que os puede evocar un pollo? un pollo muerto, me refiero. Un animal inerte, sin cabeza, ni vísceras, ni plumas ni personalidad. Un trozo de carne que en breve será transformado para pasar por tu boca y alimentarte.
El pollo. Ese animal, estúpido donde los haya, como otros muchos, que sólo pica y revolotea, que se asusta. Que no sabe volar, pero tampoco es rápido corriendo. Que no soporta el agua, y que estéticamente es poco agraciado.
Hoy estuve con uno, con un pollo. No lo entrevisté ni nada de eso, ni hicimos un cara a cara. El estaba muerto. frente a mi. Rígido y fresco. Iba a formar parte de la paella que estaba haciendo, y por tanto tenía que arreglarlo.
Ese pobre e insípido animalillo, sin pensarlo, ni él ni yo, de pronto me empezó a evocar una situación de hace tiempo.
Mi pueblo, la casa de mi abuela, el verano, la mesa de camilla, la tabla de cortar y la faca negra. Mi abuela. Su delantal hecho a mano, con telas sesenteras. El calor, el ventilador de techo, y el portal, un recibidor con vistas al patio y a la calle donde prácticamente hacíamos la vida en la casa.
Y el pollo en la mesa. Y unas futuras croquetas o albóndigas pendientes de hacer. Y mis primos y yo alrededor de ella. Esa imagen profundamente grabada: un corte bajo un ala, otro corte entre pechuga y muslo, un golpe en el contramuslo para partirlo, un tirón del cuello para eliminar la cabeza... Os puedo asegurar que pese a lo tétrico o sangriento que pudiera parecer, aquel acto era un espectáculo en sí. Por la rapidez, por la acción , por estar todos a la vera de mi abuela. Por los futuros alimentos en los que se iba a transformar, y el placer que a tantos nos provocaban.
Por el hecho de estar de vacaciones, y por el hecho de ser pequeños. Esa imagen retenida con dulzura en mi memoria, me ha ayudado a hacerlo yo hoy.
Yo estaba sola, ningún niño, ningún patio delante, pero si las mismas ganas de hacer disfrutar a quienes me iban a acompañar en esa comida.
Porque hacer de un acto necesario para vivir (comer), un acto de placer (compartir), es desde luego un pequeño logro, que te anima a continuarlo y que te recompensa intensamente.
El pollo. Ese animal, estúpido donde los haya, como otros muchos, que sólo pica y revolotea, que se asusta. Que no sabe volar, pero tampoco es rápido corriendo. Que no soporta el agua, y que estéticamente es poco agraciado.
Hoy estuve con uno, con un pollo. No lo entrevisté ni nada de eso, ni hicimos un cara a cara. El estaba muerto. frente a mi. Rígido y fresco. Iba a formar parte de la paella que estaba haciendo, y por tanto tenía que arreglarlo.
Ese pobre e insípido animalillo, sin pensarlo, ni él ni yo, de pronto me empezó a evocar una situación de hace tiempo.
Mi pueblo, la casa de mi abuela, el verano, la mesa de camilla, la tabla de cortar y la faca negra. Mi abuela. Su delantal hecho a mano, con telas sesenteras. El calor, el ventilador de techo, y el portal, un recibidor con vistas al patio y a la calle donde prácticamente hacíamos la vida en la casa.
Y el pollo en la mesa. Y unas futuras croquetas o albóndigas pendientes de hacer. Y mis primos y yo alrededor de ella. Esa imagen profundamente grabada: un corte bajo un ala, otro corte entre pechuga y muslo, un golpe en el contramuslo para partirlo, un tirón del cuello para eliminar la cabeza... Os puedo asegurar que pese a lo tétrico o sangriento que pudiera parecer, aquel acto era un espectáculo en sí. Por la rapidez, por la acción , por estar todos a la vera de mi abuela. Por los futuros alimentos en los que se iba a transformar, y el placer que a tantos nos provocaban.
Por el hecho de estar de vacaciones, y por el hecho de ser pequeños. Esa imagen retenida con dulzura en mi memoria, me ha ayudado a hacerlo yo hoy.
Yo estaba sola, ningún niño, ningún patio delante, pero si las mismas ganas de hacer disfrutar a quienes me iban a acompañar en esa comida.
Porque hacer de un acto necesario para vivir (comer), un acto de placer (compartir), es desde luego un pequeño logro, que te anima a continuarlo y que te recompensa intensamente.
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